El peso de vivir en la tierra by David Toscana

El peso de vivir en la tierra by David Toscana

autor:David Toscana [Toscana, David]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2022-09-09T00:00:00+00:00


* * *

A Guerásim le dieron de beber en exceso para que se quedara dormido. Lenochka también se durmió sin haber bebido alcohol. ¿Cómo habrían de protegerla de ese sensual borracho? Por lo pronto, dejaron que Guerásim pasara su noche de bodas tirado en cualquier acera. A la niña la llevaron con ellos.

«¿Por qué guardan al tísico Antón en un féretro?», preguntó Prascovia.

Iban a paso lento en la troika. Gozando el fresco de la noche. Nikolái le dio un manotazo en la espalda al cochero Griboyédov.

Años atrás, Marfa había cambiado el foco de una lámpara por otro de mayor luminosidad. Guardó el foco rechazado en el cajón de mero abajo del ropero. Desde entonces, comenzaron a echar ahí toda chatarra eléctrica. Cables, baterías, bulbos, carretes de una vieja grabadora, interruptores. Si alguien le preguntara por qué guardaba ahí las cosas eléctricas, habría respondido: «Porque sí». Miró a Prascovia y pensó darle tal respuesta.

No lo hizo.

Ni el mismo tísico se había preguntado el porqué. Era su sitio natural. Nadie lo obligaba. En el Sályut, en casa, en la carreta se sentía bien dentro del féretro. Si debía abandonarlo para ir al baño o para aligerarle la carga a los demás cuando cargaban con él, siempre regresaba de propia voluntad a su cajón. «Es mi lugar», pensó responder.

Pero no lo hizo.

Nikolái se dijo que todos iban a acabar pasando años y años dentro de un féretro, quizás para siempre o hasta que pasaran los huesos a un osario o cuando la podredumbre y la corrosión fueran tales que al féretro ya no pudiera llamársele féretro, de modo que no tenía nada de particular que el tísico Antón se fuera acostumbrando a su morada.

Tampoco dijo nada.

El que sí tenía una respuesta certera, genial y hasta filosófica para curiosidad de Prascovia era Griboyédov. Solo que por estar ocupado del caballo no escuchó la pregunta.

Cuando bien entrada la madrugada llegaron a casa, ya estaba Boteo Papé esperando para irse a recoger botellas y periódicos viejos. Bajaron todos de la troika. Lenochka en brazos de su madre. El hombre montó en el pescante y dio un fustazo al caballo. El animal no se movió.

«Tiene que descansar», dijo Griboyédov.

«Déjelo dormir», dijo Nikolái.

El hombre dio un fustazo aún más fuerte. El caballo avanzó un par de metros y se detuvo. Otro fustazo, una imprecación, un lamento equino, y las ruedas de la carreta dieron apenas medio giro.

Entraron en casa. Si el caballo los había traído del Sályut sin ningún remilgo, y si ahora pedía un descanso, el dilema ético le correspondía a Boteo Papé.

Dostoyevski hizo ver en distintas ocasiones que consideraba una salvajada mortificar a un caballo. En medio de sueños, Raskólnikov ve un caballo escuálido y pequeño enganchado a un pesado carromato de carga. De la taberna sale un tropel de campesinos borrachos. «Suban, suban», grita el dueño del caballo, «a todos los llevaré». Aun ebrios, los campesinos comprenden que es un despropósito. «¿Estás en tu juicio, Mikolka? Mira que enganchar una yegua tan frágil a semejante carro».



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